domingo, julio 06, 2008



Las despedidas son siempre tristes. Alejarse nos acongoja el alma, nos desasosiega y los recuerdos se vienen a la mente porfiadamente una y otra vez. Los buenos y los malos.


Por Augusto Scarella Arce


Decir adiós es complicado, mas la vida es complicada en sí. Nos lleva a tomar buenas y malas decisiones, nos atrapa en la carrera vertiginosa por sobrevivir en la selva de la competencia. En una sociedad donde el reconocimiento es éxito y ello es traducido a acceso a materialismo, que nos apacigua la necesidad de buscar algo más, un sentido real de vida, un triunfo espiritual, una bahía mansa donde reposar nuestro corazón.


El recuerdo es lo que nos queda y ello es imborrable. Es lo único que no pueden quitar; es personal e intransferible. Recordar en el silencio, cuando nos entregamos un rato a nosotros mismos, nos lleva a la gratitud de haber contado con la experiencia de haber al menos, tenido la posibilidad de decir adiós.


Decir adiós es especialmente complicado esta vez. Sentimientos encontrados concurren a la mente cuando se piensa en la decisión adoptada, unilateral y violenta, analizada desde la perspectiva del bien común, la cual insistentemente se reproduce en el subconsciente, motivando la duda y con ello afectando cual virus oncológico todo el resto del ser existencial.


Abordar un avión para retornar de una prolongada actividad en el extranjero o alejarse por motivos laborales, son de igual consecuencia. Se deja de ver a personas que fueron parte de nuestra vida por el tiempo que haya sido. Honrar su memoria es, pues, la manera de agradecer haber sido parte nuestra.


Cuando se piensa en el ayer, el recuerdo connota la virtud de siempre haberse involucrado con personas que nos dejan una huella imborrable en el espíritu.


Ello es motivo de no perder la cabeza y apuntarse a mañana, que nuevamente se debe salir a laborar. Haber tenido la posibilidad de poseer estos recuerdos ya es un logro. Honrarlos con el pensamiento, tal vez la única manera accesible de decir gracias.


Decir adiós es triste. En la vida existen pocos milagros que nos permitan el reencuentro y re existencia. Eso dejémoselo a las películas, con las cuales podremos evocar por algunos momentos, que un fenomenal suceso llegue algún día a nuestra puerta o nos otorgue la posibilidad de ir nosotros a la suya.


La marca a fuego provocada en nuestro corazón quedará con nosotros. Será nuestra compañía diaria y ello es lo finalmente importante.


Decir adiós hoy, es simplemente inentendible y por sobre todo, muy doliente.


A ti.